le seguimos la pista a un grupo que no se enmarca desde las categorías clásicas, sino que recorre partes de las tres. Es en general de esa forma, se tienen una moto y un gusto por ella, después uno se junta y comparte quizás hasta con un cuatriciclo, cosa no muy bien vista aún hoy.
El grupo en cuestión tiene como espacio de encuentro el taller Cóndor Bikes. Allí, en una cortada muy estrecha de una barriada populosa del sur rosarino se suma un taller de mecánica de motos y otro de pintura –también de autos en este caso-. Cada uno aprendió el oficio de pibe, laburando con otros unos años más grandes. Las puertas están abiertas a lo grande y nunca causan problemas a ningún vecino, salvo cuando deben probar algún motor. En ese mismo espacio es donde se hace el asado previo a la picada, donde se tiran la data de un laburo –muchos son cadetes-, donde la sufren por un amigo muerto. El taller termina resignificando la trama social, logrando que la integración no sea tanto porque todos son fierreros sino porque a todos les “toca” la moto “el Cóndor”, y encima la toca junto al dueño, acompañando cada paso poner unos segundos de distensión y explicación “para la próxima, así lo haces vos...”.
Quizás ahora la imagen gana en nitidez, y para hacer foco en el grupo, elegimos mostrar algunas instantaneas de sus vidas:
Vito
En la soledad de la habitación, hidratada por pantallas de distintos tamaños que invitaban a actuar las más, que invitaban a solo espectar, las menos, se encontraba retirado en el sueño Javier más conocido como Vito. La figura de su rostro algo gruesa, ojerosa, acompañada de un sutil bigote que ya no tiene, le valió el mote de Vito. Sucede que en uno de los asados acostumbrados en el taller alguien recordó al mítico Padrino y con unos tragos de más pensó que había salido de la pantalla en su recuerdo para sentarse a su lado.
De las pantallas que Vito tiene en su habitación, unas derraman desde la pared estatismo, no tanto por su ubicación sino por lo que ellas emanan: imágenes detenidas en un instante, repetidas hasta el cansancio en la retina del habitante adormecido. Las otras, móviles en su contenido, no variaban demasiado de las estáticas. Todas las pantallas de Vito van de las ruedas a las gomas, siempre de a pares, estáticas o móviles, giran en torno a lo mismo. La moto y la mina, recurrentes presencias en su vida.
Mientras charlamos se desmontan algunos mensajes que titilan en la más pequeña de esas ventanas. Lo están llamando los pibes. Hoy, viernes, es el día en que se corre; y vito tiene una máquina en el taller casi lista. Mientras cierra la persiana de la más grande de las ventanas – que también remite a las dos ruedas solo que en tres dimensiones – le avisan que esta todo listo, lo único que falta es él.
Andrés
Parece cansado. Los dedos están oscurecidos por la grasa, debajo de las uñas se ve una media luna obscura que reafirma el inicio del dedo. De hecho, uno no ve las uñas sino la mancha negra en cada dedo. Son largas por uso y no dejadez. La música y la moto; la moto y la música. Así se explica, para quien guste de entenderlo sin excesivas preguntas, su aspecto general apacible. Sin temor a equivocarse uno podría afirmar que la tranquilidad que demuestran sus palabras, sus silencios, sus movimientos, remiten a una imagen nada frecuente en la cotidianeidad.
Le gustaría llamarse Valentino, y como él, nunca detiene su marcha. Es abismal. Las razones por las que se mueve por el taller con presteza, contrasta con la increíble tranquilidad que posee al expresarse, al oralizar su pensar y sentir. Vive y se expresa a un mismo tiempo, a un ritmo que le permite, en ello, ser monolítico.
Ahora se encuentra avocado a reconstruir una moto recién comprada. Claro que no es nueva, dudosamente se encuentre algo salido de una caja de embalaje en el taller, excepto por las piezas de repuesto y hasta ellas se rectifican, sueldan, reutilizan. Nada es basura, todo puede ser más bien comparable a la chatarra. Se recupera una y otra vez cada pequeño artilugio mecánico hasta que simplemente desaparece – o eso semeja – entre las revoluciones del motor. Valentino en esto es mágico. Lo único que no recupera es lo que no le atrae. El concepto central para el no disloca utilidad y gusto, valor de cambio y uso. Para él las dimensiones se fusionan, como su personalidad, monolíticamente.
Javier
El taller no solo es el espacio de encuentro. Allí labura, todos los días pasa de fierro en fierro para ganar algún peso. Se nota que sabe lo que hace, de hecho, hace ya un tiempo que muchos le confían las motos para prepararlas. En realidad – y el lo sabe – prepararla no es hacer magia, pero le gusta pensar que cada cosa que toca pasa a ser en parte suya. Ahí le surge, no un ego desmedido, solo una forma de apropiación, de dignificación que va mucho más lejos que la paga por el trabajo hecho.
Sueña con un taller propio seguramente; un espacio grande, con todas las herramientas necesarias, con buenos contactos para las piezas, con la misma gente con la que trata hoy. Probablemente llegará a tenerlo. Lo mueve como a muchos la pasión. No se lo puede llamar de otro modo pues conoce lo suficiente como para aspirar a un trabajo en la General Motors. Según algunos dicen el paso por la planta un tiempo atrás pero decidio irse, no por vago, sino por aburrimiento. También dicen que no entienden que hace aún acá, pudiendo ir a cualquier otro lado, hasta preparar autos y ganar mucho más.
El se queda. No esta detenido en la absurda idea de progresar sin importar el como o en que. Hace lo que gusta tan bien que uno, despues de conocerlo, se arrepiente de no tener un poco, solo un poco de su esmero y seguridad.
Ser fanático y estar aislado no son términos que se conjuguen. Sí o sí el espacio de encuentro común define a su amor por las dos ruedas, de allí que su pasión no sea solo un gusto individualista por juguetes caros, tiene un trasfondo más rico que eso.
Ver lo que ellos ven cuando estan arriba de la moto no es posible, ver lo que ven cuando la estan arreglando tampoco. Verlos entre si, con los fierros, con las historias a cuestas cuando entran al taller es otra cosa. Sueltan la mochila a la entrada sin que nadie se los pida, pareciera que rinden un cierto tributo al espacio. Claro, no todos son así, pero el grupo de los Pibes sí. Juegan con las cartas sin marcar.De las experiencias que podemos conocer, en general, el espacio de encuentro parte del taller del barrio. Allí es donde convergen los que preparan los fierros, los que las tocan o solo pintan, los que dan una mano. En cada barrio rosarino hay un taller, por lo común lleno de pibes jóvenes, que se juntan para ir a los encuentros o las picadas, incluso ellos pueden organizarlas.