Pobres siempre hubo. La frase la pronunció aquel presidente argentino de apellido capicúa que todo el mundo teme nombrar y que si por descuido alguien menciona, manos de hombres y mujeres buscan desesperadas aquella parte de la anatomía que -según el saber popular- actúa como remedio antimufa.
Pobres siempre hubo. Apenas 3 palabras que reflejan dos caras de la misma realidad: por un lado, la existencia de la pobreza; por el otro, su peligrosa naturalización. Pobres siempre hubo. Una frase que deja implícita su continuación: y siempre habrá.
Aquél presidente dejó al país al borde del derrumbe; una breve transición autista abrió las puertas del colapso. A los pobres que siempre estuvieron, el comienzo de siglo le sumó decenas de miles más y a los que ya estaban los hundió hasta mismísimo fondo. El siglo XXI, aquél que las fantasías atribuían a los avances tecnológicos y el progreso trajo consigo el hambre y la desnutrición entre los chicos de las zonas más desfavorecidas.
¿Cómo revertir una situación que desde hace años se la considera crónica y natural? ¿Cómo, si cualquiera de las iniciativas chocan con las trabas del prejuicio y los intereses mezquinos?
Una de las respuestas es la información: ¿cuántas personas podrán permanecer impávidas delante del sufrimiento de un chiquito que muere de hambre, que ve sus facultades físicas y psíquicas disminuidas por una insuficiente alimentación? Argentina dio muestras innumerables de solidaridad; una de ellas tuvo lugar hace pocas semanas: los rosarinos, enterados de la situación que padecen los chicos de Goya, se acercaron el 15 de octubre pasado al anfiteatro con un alimento no perecedero que sería destinado a los comedores de las escuelas rurales de la localidad correntina.
Pero la información tan pronto llega como se va y luego el mundo sigue andando. ¿Cuántos de los que oyeron la emisión radial donde se anunciaba el festival y la recolección, y colaboraron, hoy recuerdan que en esa y otras zonas del país existe el hambre? ¿Cuántas amas de casa preocupadas por el precio de los tomates tendrá presente que mientras ella pelea con el verdulero un chiquito llora por hambre?
¿Por qué los gobiernos, si conocen el flagelo, no emprenden campañas mediáticas recordando los males que trae aparejada una mala alimentación, como hace, por ejemplo, con los males de la picadura de un mosquito portador del dengue? El hambre es una epidemia que mata a sus víctimas sin ruido y a mediano plazo, y el poder político, aliado en el silencio con los poderes económico, es su principal fuente de propagación.
Entonces, si no es el gobierno, es la ciudadanía responsable la que se esfuerza por encontrar recursos para que el tema se sostenga día tras día en los medios de comunicación, para que los ciudadanos recuerden al despertar y tengan presente al irse a dormir que en algún rincón de la Argentina un chiquito tiene hambre.
En Goya, Corrientes, la palabra desnutrición fue tabú para ciertos medios periodísticos envueltos en la neblina preelectoral que apuntaban el dedo acusador hacia otras de las provincias más afectadas: Chaco; se necesitó que un grupo de rosarinos arribara a la ciudad para que los correntinos recordaran que allí existe el hambre. La noticia recorrió la prensa y la tv local y desde entonces -y de esto hace apenas semanas- los propios vecinos de la ciudad comenzaron a movilizarse para luchar contra la pobreza y el hambre, que de ningún modo deben considerarse natural y dado para quienes lo padecen.
No es, entonces, ocultando la basura debajo de la alfombra que se van a solucionar los problemas; es necesario hacer público todos los males de cada pueblo y de cada ciudad para que la indiferencia poco a poco desaparezca y los argentinos, gobernantes y gobernados, se unan en los esfuerzos para dar por tierra con el sufrimiento de los más chicos, con el de los mayores, con la injusticia, la pobreza y la marginación.
Guillermo Paniaga
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