
Desde hace años, el nombre de ningún escritor argentino contemporáneo pesa tanto artística y políticamente como en su momento lo hicieron Julio Cortázar, Jorge Luis Borges y, el único vivo de los tres, Ernesto Sabato. Tal vez Osvaldo Bayer, pero la negación refiere a las nuevas generaciones y el santafesino, por edad y calidad, va más unido a las tres patas del tríptico, todos ellos admirados, criticados e incluso odiados.
Para analizar la obra de un autor, y al autor mismo, hay que comprender primero el contexto social en la que se produjo, en el que interactuaba. Voy a Cortázar, de quien es conocida su militancia política en favor de los movimientos revolucionarios de Latinoamérica; para que esto se diera, primero debió migrar hacia un país donde ya, por aquél entonces, pesaba la palabra del existencialismo, de Sartre, que exigía del intelectual un compromiso de acción; eran los años en los que Fidel Castro derrotaba a Batista; eran los tiempos en los que ya se gestaba la conciencia estudiantil que derivó en la revuelta de mayo del 68, con estandartes rojos y una imagen icono del Che. Como él mismo contó –trivializando la explicación –, dejó Buenos Aires huyendo de un peronismo gobernante que con los altavoces en las esquinas le impedían leer o escuchar música a gusto. De la primera época de su actividad intelectual, quedan como testimonio, por ejemplo, los cuentos de Bestiario; de su proceso de transformación, el más interesante, surgió Rayuela; de su conciencia definitiva, Libro de Manuel.
La narrativa de Borges, sin embargo, dista de reflejar un pensamiento político concreto; la universalidad temática, la ironía metafísica y la precisión gramática hacen la suma de una obra irreprochable. La crítica recae sobre el Borges que dice con la voz, no con la pluma. Para este caso también cabe, claro, el presupuesto anterior: se debe conocer el contexto. ¿Es posible, teniendo presente la historia del escritor, un Borges condescendiente con el peronismo, con Isabel Perón? El peronismo, por citar un ejemplo conocido, removió a Borges de su puesto en la biblioteca municipal y lo designó inspector de aves, cargo que rechazó. Más tarde, derrocado Perón, se lo designó al frente de la Biblioteca Nacional. En 1980 firmó una solicitada que las Madres de Plaza de Mayo lograron publicar en Clarín. Borges era un autor que producía de plena conciencia un sentido, por supuesto, pero un sentido que apuntaba a su única filiación política y religiosa verdadera: la literatura.
Tan polémico como el anterior, Ernesto Sábato alternó durante su juventud entre Europa y Argentina, entre la física y la literatura, entre el surrealismo y el comunismo. En 1976 asistió a una cena que ofreció el entonces presidente de facto, Jorge Rafael Videla; lo acompañaron otros intelectuales, entre quienes se encontraban Borges y el padre Leonardo Castellani; para entonces, otros escritores habían “desaparecido”, como Haroldo Conti, por quien Castellani preguntó al militar. En 1984, el presidente Raúl Alfonsín lo convocó para que encabezara la Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas, CONADEP, cuyo resultado fue el documento titulado Nunca Más.
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