martes, 7 de octubre de 2008

El viaje de Pedro






DIEGO MONTEJO

Pedro había recorrido los caminos en busca de un destino incierto que nunca había llegado, es así como su cuñado Santos le aconsejo que partiera de su Catamarca natal hacia Buenos Aires. La pobreza había perseguido a este humilde joven desde su más temprana edad, hijo natural de padre dudoso del cual jamás supo nada y del que ni siquiera porto su apellido.

Aquella mañana de un diez de enero de 1915 la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca se incendiaba, el calor era insoportable, la vieja estación ferroviaria se disponía a cumplir con su trajín diario, muchos pasajeros que se exiliaban hacia la gran ciudad al igual que Pedro que no dejaba de mirar con desconsuelo los valles que había transitado durante dos décadas de su vida.

El tren hizo parate en las vías y el chancho comenzó a vociferar.

- Buenos Aires, arribamos, los que no suben se quedan, por favor boletos en mano en diez minutos partimos.

Pedro tomó su maleta, la guitarra que lo acompañaba a todas partes y las ganas de triunfar en la ciudad donde todo era posible, la París Argentina.

El viaje comenzó y los cerros del Ambato se deshacían en la nebulosa, el tren comenzó a escalar lentamente la cuesta del Portezuelo ya que su recorrido incluía la ciudad de Tucumán, después seguiría por Santiago del Estero, Córdoba, Rosario y, finalmente, Buenos aires. Viaje arduo para el joven norteño que seguramente llevaría más de 48 horas.

Después de más de ocho horas de viaje por fin afloró la ciudad de Tucumán, Pedro conocía ese lugar ya que en sus niñez había ido varias veces a intercambiar productos regionales que él mismo con su madre elaboraban en la pequeña chacra de Valle Viejo a sur de la ciudad de Catamarca. Cientos de vendedores invadieron los costados del tren y el chancho avisó al pasaje que en media hora partirían, que quienes gustarán bajar un instante del tren podían hacerlo sin inconveniente, fue así como el joven descendió del vagón.

Recorrió la estación, compró unos caramelos para quitarse el mal gusto de su boca, se perdió entre la multitud sin darse cuenta de que algo que él no presentía podría pasarle. El joven estaba unos treinta metros del tren cuando un grupo de uniformados lo obligaron a acompañarlo, Pedro no comprendía la situación pero como no le pareció nada extraño cumplió las ordenes de los oficiales y siguió las instrucciones de los mismos. Es así como lo llevaron a una oficina retirada del tren en el cual debería seguir camino. El recinto estaba lleno de policías los cuales constantemente preguntaban su nombre.

- Soy Pedro José Robin de Catamarca, voy a Buenos Aires a probar suerte con la música, soy solo un peón, nada mas, no se por que estoy acá con ustedes.

Fue así como llego el primer cachetazo de uno de los cinco morrudos oficiales.

- Cállese la boca nosotros no le hemos preguntado nada, usted habla cuando lo decidimos, ¿Así que es de Catamarca, que va para Buenos Aires?, me parece que usted nos esta haciendo el verso, cante antes de que se coma otro sopapo infeliz.

Pedro no entendía nada y cada vez se desconcertaba más, el interrogatorio duro casi tres horas, Pedro perdió su tren y los policías no escucharon nunca lo que querían escuchar.

No conformes con esto los milicos despojaron a Pedro de sus pertenencias, rompieron su guitarra y lo dejaron a la buena de Dios. Sin mas nada que lo puesto y con su rostro molido por los golpes el muchacho trago bronca se sentó en uno de los bancos y largo su llanto. Envuelto por el dolor de no poder cumplir su sueño, sin un solo peso en sus bolsillos, debería buscar la manera de poder hacer realidad lo que había soñado toda su vida; cantar en los cabarets de Buenos Aires.

Tucumán lo esperaba, recorrió varios lugares solicitando empleo pero sin conseguir una respuesta, ya casi a las ultimas horas del día, cansado de fracasar en la búsqueda de trabajo, Pedro diviso un aviso en la vidriera de una farmacia que decía: "Se necesitan obreros para la Zafra, presentarse mañana en San Juan 287 a primera hora”, el joven no dudo y vio la oportunidad de poder cumplir su deseo con algunos pesos ganados en esa cosecha.

La noche pasó y Pedro fue uno de los primeros en llegar al lugar donde los camiones buscarían a los campesinos para llevarlos a recoger la caña de azúcar, el destino sería Lules a pocos kilómetros de la Capital Tucumana. A medida que aclaraba, aumentaba el número de hombres que iban camino a la cosecha, los camiones llegaron y el reclutamiento se hizo efectivo. Pedro partió con una esperanza, la alegría invadía su rostro inocente. Después de unas horas de viaje el ingenio azucarero se presento ante los impactados ojos del joven, los esperaban los capangas a la vera del camino para darles a los campesinos las primeras instrucciones de cómo sería el trabajo en el ingenio.

- Acá las ordenes las damos nosotros, no hay privilegios para nadie y al primero que se le ocurra armar una revuelta sabe bien cual es su destino, tengo balas para cada uno de ustedes, así que cumplan con lo que se les dice y ni se les ocurra querer escaparse, por que ahí me van a conocer, - enfatizó uno de los capangas.

El trabajo había comenzado y Pedro estaba cada vez mas lejos de su sueño, las cosas en el ingenio no eran como el había creído, no le pagarían con dinero si no con unos bonos que solo podría gastar en el almacén del lugar que con suerte alcanzarían para yerba azúcar y algunos comestibles mas. Lo esperaban varios meses de dolor y esclavitud intensa de la cual seria prácticamente imposible salir.

Machete en mano comenzaba su labor cada mañana cuando el sol apenas asomaba y los capataces azotaban a los rebeldes que no seguían el ritmo de trabajo que exigía el patrón. Pedro agachaba su cabeza y no paraba de cortar, caña tras caña, no quería sentir el rigor del rebenque en su lomo, sabía que un descuido o un desgano en su trabajo podían causarle un castigo que iba de los diez a los cien azotes de acuerdo a la falta cometida.

Los días pasaban sin descanso, no existían los domingos, cada jornada era laborable y los horarios de mas de dieciséis horas dejaban a Pedro destruido, cada vez mas triste y desesperanzado. En las noches de mateada entre los jornaleros muchas veces se comentaba la idea de organizar una rebelión en contra de la patronal o de buscar la forma de huir del lugar, Pedro comenzó a sociabilizar con sus compañeros y a participar de estas reuniones, la idea de escapar ya no quedo relegada y empezó a ser el objetivo del muchacho.

Un amanecer, Pedro escuchó una ráfaga de disparos que lo sacó del catre, rápidamente, ante semejante conmoción en el ingenio pensó que esta sería la oportunidad de escapar, el lugar era asaltado por un grupo de delincuentes que habían ingresado en busca del dinero de la cosecha, era el momento justo, los guardias estarían ocupados con los maleantes y serìa muy sencillo escapar. Tomó sus pertenencias, agarró su machete de zafrero y emprendió la huída, lo esperaban los cañaverales y llegar hasta las vías del ferrocarril para subirse al primer tren que lo sacara de ese lugar.

Pedro corrió entre las cañas, su objetivo estaba cada vez mas cerca, solo le restaban unos pocos metros para cruzar la tranquera cuando de repente, sin darse cuenta, tropezó con unos de los guardias que se tiroteaba ferozmente con los maleantes. El guardia fue abatido por los delincuentes los cuales agradecieron al joven por su acción y le ofrecieron la posibilidad de huir con ellos, Pedro acepto la propuesta sin dudar y sin ni siquiera saber con quienes estaba lidiando, lo único que le importaba era recuperar la libertad.

El muchacho subió a uno de los caballos que esperaban a los bandidos y cabalgó con ellos varios kilómetros, no cruzó una sola palabra con ninguno de ellos, aunque noto que quien iba al frente era distinto y que en cualquier momento le comentaría algo.

- Pendejo acá tenes un par de morlacos para tomarte un tren, gracias por tu ayuda y no te olvides de mi nombre nunca, acordarte que vos no sabes nada ni nosotros sabemos de vos, suerte.

Pedro bajó del caballo y se quedo mirando a ese hombre de rostro perdido.

- Señor no me dijo su nombre.

- Soy Mate Cocido, nene.

Cada uno siguió su camino, Pedro no cumplió su sueño de cantar con Magaldi, se instaló en Rosario donde fue motorman de tranvía y después colectivero. Mate Cocido continuo con sus andanzas, robando las multinacionales para darles a los pobres. Murió dos décadas después, de manera misteriosa y nadie jamás encontró sus restos y quedó en la memoria del pueblo argentino.

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