martes, 29 de julio de 2008
El origen de las especies
lunes, 21 de julio de 2008
Vientos frescos del oeste
Estefanía Giménez, Viviana Benito y Diego Montejo son los jóvenes periodistas que hacen “La voz de los barrios” (oeste).
“La voz de los barrios” es un medio independiente, mensual, gratuito y sin fines comerciales que refleja la vida cotidiana, las luchas y las historias de Echesortu, Azcuénaga, Belgrano y una parte de Ludueña.
Los jóvenes recorren el barrio con un changuito de supermercado. Pero no llevan las compras, sino una pila de publicaciones. Se detienen en cada casa, tocan timbre, hablan con los vecinos y les entregan un ejemplar de los que atiborran el carrito. La escena describe una particular forma de distribución de un medio periodístico. No hay estudios de mercado detrás. Ni una consultora que cobre en dólares. No hay ni siquiera una empresa, ni grandes capitales, ni nada que convierta al medio de comunicación en una forma simbólica atada y determinada por el mercado. Nada de eso. La charla que se genera con cada vecino durante el reparto, el intercambio humano, toda la escena remite a otro mundo donde el mercado es apenas un elemento más en un universo con otros valores.
La voz de los barrios (oeste) llena el changuito, que se desplaza empujado por alguno de los jóvenes periodistas que crearon este medio barrial, de la zona oeste, de distribución gratuita y en mano, casa por casa. La tirada del primer número, que está circulando por estos días, es de tres mil ejemplares. Los comercios del barrio, especialmente los pequeños y medianos negocios, sostienen con publicidad este medio independiente y en este caso este término, que en otros contextos suele utilizarse con cinismo, recupera su verdadera significación.
La redacción de La voz de los barrios (oeste) no es exactamente uno de esos edificios imponentes en cuyo hall, siempre alfombrado, una recepcionista filtra la entrada de los que llegan. Nada de eso: está en la casa de uno de los jóvenes periodistas que parieron el emprendimiento, “entre el patio y la pieza del abuelo”, un sitio que por estos días luce repleto de ejemplares.
Y el abuelo, de 88 años, emprende la tarea de comentar en el barrio la existencia de la publicación, que es mensual y cuenta con 16 páginas. Una señora que habita la zona aportó “el vehículo” con el que se la distribuye. El periódico tiene como lema “La voz de los vecinos para nosotros es noticia”, y con sólo recorrer sus páginas queda claro que la frase expresa toda una concepción del periodismo y la comunicación, porque definir qué es noticia y qué no lo es, constituye la principal y más profunda operación ideológica realizada desde los medios para construir una realidad en función de intereses que siempre, por definición, permanecen en las sombras, indecibles.
La zona de influencia del medio, al oeste de Rosario, incluye los barrios Echesortu, Azcuénaga, Belgrano y una parte de Ludueña. El singular reparto tiene como límites las calles Avellaneda, Provincias Unidas, Santa Fe y Mendoza.
Diego Montejo, Viviana Benito y Estefanía Gimenez son los jóvenes periodistas responsables del emprendimiento, que además cuenta con colaboradores externos. “El contacto puerta a puerta con los vecinos es una experiencia muy enriquecedora que genera mucha participación de la gente, que nos ofrece datos, informaciones, y nos sugiere notas”, explicó Montejo, que vive en la zona, y que ha emprendido otros proyectos periodísticos en el barrio.
Benito se refirió a las dificultades que debieron atravesar hasta ver la publicación en la calle. Lo hizo con la vista clavada en “ese hijo de papel” engendrado por los tres jóvenes periodistas, según su propia definición.
“La idea es hacer un medio independiente, a pulmón, y que sea un producto serio, prolijo, bien hecho, con criterios periodísticos”, señaló Benito apuntando a uno de los prejuicios que circulan acerca de la prensa independiente. Para los adoradores del mercado, sólo los medios que dependen de grandes empresas pueden erigirse en productos serios y de calidad. Pero parece que no para estos jóvenes periodistas.
“Queremos laburar notas periodísticas de calidad. Tomamos la comunicación como un derecho humano. Creemos en una comunicación descentralizada, con pluralidad. Y que se sostenga en el tiempo”, señaló Benito, que hizo especial hincapié en el trabajo que se pone en cada nota, y en la búsqueda de una buena diagramación, que redunde en un producto legible, “con las notas y la publicidad bien separadas”, otra definición que coloca a La voz de los barrios (oeste) en las antípodas de los medios que difuminan estos límites para vender gato por liebre. “Aquí hay magia. Esto es pura conexión”, concluyó Benito sin poder ocultar su entusiasmo por haber podido hacer realidad tangible esa concepción de la comunicación.
Tras haber caminado la zona, Giménez desgranó una serie de jugosas anécdotas acontecidas durante su labor como cronista y repartidora, entre otras responsabilidades que tiene en el periódico. “Es la que más fuerza tiene para tirar del carro”, dijeron sus compañeros de ella. Y no estaban utilizando una metáfora: se referían a su fuerza física de la joven para empujar el changuito.
“Encaraba una nota con una idea y después, por lo que recibía de los vecinos, cambiaba el enfoque, surgían cosas que ni imaginaba al principio. Podría escribir un libro a partir de la experiencia con la gente del barrio”, contó Giménez, que en el primer número no sólo escribió la nota de tapa, una investigación sobre el transporte, sino que también se encargó de una de las secciones más fascinantes del mensuario, que se titula “De puertas adentro”.
La idea es tocar timbre a un vecino, entrar a la casa, charlar, y reflejar la historia personal de la gente que allí vive. Así de simple y revolucionario.
Además de las investigaciones y los buceos en la vida cotidiana de aquellos que sólo son noticia si participan de un hecho policial, la publicación ofrece deportes, cultura y una sección, “Tomando mates”, dedicada a textos literarios ilustrados para la ocasión. En la página 14 del primer número, la sección “De laburantes” refleja las transformaciones del barrio durante la década menemista, cuando las grandes fábricas que daban trabajo a cientos de obreros, se convirtieron en centros comerciales.
“Actualmente, en esos terrenos que antes acunaban a más de 700 trabajadores metalúrgicos hoy se levanta el complejo de cines Village, el supermercado Carrefour, también de capitales extranjeros, y a una cuadra, la cadena internacional de comidas rápidas Mc Donald”, se lee en la nota de María Cruz Ciarniello que cuenta el destino de la fábrica Gema bajo el título “Lo que el progreso se llevó”.
El changuito sigue recorriendo las calles del barrio, y los vecinos del lugar ya saben que son sus propias voces, historias, anhelos, los que lo llenan hasta el tope.
lunes, 14 de julio de 2008
Retratos de la muerte
El hombre que cae viste camisa y pantalones claros, lleva un arma en la mano derecha; el hombre que cae extiende los brazos como para recibir a alguien, o algo, o para decir cuán grande es su sorpresa, aunque la expresión de su cara desmienta estos pareceres; el hombre que cae, cae en pleno día, con el cielo gris que sé azul y el piso gris que imagino del amarillo de la hierba seca. El hombre que cae parece caer eternamente en la foto que lo inmovilizó. El hombre que cae, dicen y desmienten, cae muerto. El hombre que cae es una imagen con nombre y autor: se llama La muerte de un miliciano y la capturó el legendario Robert Capa(1) durante 1936, en el Cerro Muriano del frente de Córdoba de la Guerra Civil Española.
"Todos los que han oído hablar de esa guerra pueden traer a la memoria la granulosa imagen en blanco y negro de un hombre de camisa blanca remangada que se desploma de espaldas en un montículo, con el brazo derecho echado atrás mientras el fusil deja su mano; a punto de caer, muerto, sobre su propia sombra", dice Susan Sontag en Ante el dolor de los demás.
La imagen de Capa se publicó por primera vez en la revista Life de los Estados Unidos. El hombre sigue cayendo en página impar, en un cuadro que ocupa más de la mitad del espacio disponible; al lado, otro hombre sonríe triunfador y aconseja el uso de un producto cosmético de nombre Vitalis. Vitalis, vital; más arriba, en letras de molde, se lee life (vida) y en ese contexto el hombre que cae sigue muriendo.
De esta y otras fotografías se ha dicho que fueron armadas, que la espontaneidad era un cuento para las editoriales y los lectores; en el caso particular del miliciano, los que afirman que la toma es real dieron nombre y apellido al hombre que cae: Federico Borrell García (Taino). Sin embargo, años más tarde una nueva secuencia fotográfica se presenta como testimonio que respalda la tesitura de una puesta en escena; y como si fuera poco ya, una película documental de 2007, La sombra del Iceberg, menciona la posibilidad de que además de ser una pose, la fotografía la haya tomado la mujer de Capa, Gerda Taro.
"Hay que tener en cuenta que hay varias fotos de Taino con un miliciano alcanzado supuestamente por las balas, las hay también simulando disparos desde las trincheras. El propio Capa reconoce implícitamente que los milicianos estaban posando para él y si lo estaban ¿por qué la foto del miliciano caído no pudo ser una pose? (…)Desde luego el tema está abierto, y así seguirá posiblemente en el tiempo; pero en algo hay coincidencia total, que sea cual fuere el resultado final, en nada empaña la gloria de Capa como el mejor fotógrafo de guerra de la historia, y en nada empaña la gloria de "Taino", ni de las decenas de miles que como "Taino", murieron en defensa de sus ideales". El fragmento que aquí se reproduce pertenece a Miguel Pascual Mira y se publicó en la Revista Sudestada en julio de 2006, 70 años después de que el hombre cayera.
"Captar una muerte cuando en efecto está ocurriendo y embalsamarla para siempre es algo que sólo pueden hacer las cámaras, y las imágenes, obra de fotógrafos en el campo, del momento de la muerte (o justo antes) están entre las fotografías de guerra más celebradas y a menudo más publicadas", sostiene Susan Sontag en su libro Ante el dolor de los demás; en esta obra, sobre la autenticidad de la foto que Eddie Adams (2)tomó en el momento en que el jefe de seguridad de Vietnam del Sur ajusticia a un sospechoso del Vietcong, en 1968, la ensayista afirma que no cabe duda alguna, aunque sospecha sobre las motivaciones.
La foto se convirtió en un ícono del antibelicismo, de la brutalidad de la guerra, del poco control que los norteamericanos tenían sobre sus protegidos del sur. Sin embargo, Adams nunca avaló la lectura que se hizo de esa imagen y por ella llegó a cuestionarse su trabajo como reportero: "El general mató a un Vietcong con la pistola. Yo maté al general con mi cámara fotográfica. La fotografía es el arma más poderosa del mundo. La gente se las cree, pero las fotos mienten, incluso sin ser manipuladas. Sólo son medias verdades". La razón de las amargadas palabras del fotógrafo hay que buscarlas en la historia posterior de la toma de esa foto. Según entiende Susan Sontag, el policía vietnamita disparó para la prensa y probablemente jamás hubiese ajusticiado de ese modo al prisionero de no haber habido una cámara para registrarlo. En cambio Adams sabe de primera mano qué fue lo que ocurrió antes y después de la publicación de esa imagen. La Associated Press, agencia para la cual trabajaba en la cobertura de la guerra, mandó al reportero tras los pasos del general vietnamita cuya imagen había dado la vuelta al mundo una y otra vez. "Ese tipo es un héroe", dijo de él más tarde, cuando ya era inevitable que aquél rostro se asociara con todo lo malo que había en la contienda, con la bestialidad, la sangre.
"Lo que la fotografía no preguntaba era ¿Qué hubieras hecho tú de haber sido el general en aquel momento y de haber sido tú el que capturó al supuesto tipo malo después de que hubiera volado por los aires a uno, dos o tres soldados americanos?", decía Adams, quien durante el resto de su vida pidió perdón al general Nguyen Ngoc Loan y a su familia por el estigma que les grabó con aquella imagen. (3)
Sentidos
El fotógrafo es un ojo que mira para mostrar; la fotografía no sólo es la imagen que él ve, sino además la que planeó, la que esperó, la que sudó, la que sufrió; y es también la imagen que interpreta quien se planta delante de ella, ya recortada del contexto, ahora ella misma una realidad, un presente continuo con límites laterales. Una ventana, quizá, pero que no nos permite asomarnos y mirar más allá, no nos deja retroceder en el tiempo, a las palabras que se dijeron cuando un click alertó que la imagen ya estaba en la película; si tuviéramos esa posibilidad, entonces podríamos saber con certeza si la foto de Capa fue un montaje o no, si el general vietnamita actuó inducido por la presencia de las cámaras y nos indignaríamos al ver que aquel fotógrafo blanco sudafricano permanece durante casi media hora inmóvil, mirando a través de la cámara al buitre que acecha a una niña negra desnutrida.
El hombre blanco de la hipotética ventana se llama Kevin Carter (4) y tomó, en 1993, una de las imágenes más impactantes de la injusticia que respalda la lógica criminal de la guerra y el capitalismo de una sociedad clasista y desenfrenada. Para llegar a esa toma, a ese retrato de las aberraciones que padecía Sudan, el reportero se guió por esa misma lógica del resultado y el beneficio: no sólo no prestó ayuda a la niña que aparece en la foto, sino que además, después de hacer las primeras tomas, esperó durante 20 minutos para ver si el buitre abría las alas y registrar, de ese modo, una toma más impactante. El buitre no batió las alas, Carter se marchó y la foto se publicó en el New York Times. Meses más tarde, ganaba el Pulitzer. Perseguido por el remordimiento que le generaba su foto más famosa, sumado a otras circunstancias personales (dicen las breves biografías que circulan por la Web) Carter se suicidó.
¿Es posible permanecer delante de este cuadro durante más de veinte minutos, durante apenas un minuto? ¿Cuál son los límites que separan al profesional de la persona? Algunos dirán que el límite es la profesión misma, la pasión por el trabajo y el deber de contar y mostrar, e incluso encontrarán aspectos positivos a las posturas como las del sudafricano (5) Otros, entre los que me incluyo, diremos que no hay límites: persona y profesional son uno solo y los valores éticos los alcanza como a uno solo también.
Sin embargo, la actitud de Carter al momento de tomar la fotografía, es (como ejemplo extremo) el concepto de Virginia Wolf que da pie al libro de Susan Sontag y que La ensayista sentencia con sus palabras: "No debería suponerse un «nosotros» cuando el tema es la mirada al dolor de los demás".
Dicen de las imágenes que tienen el valor de mil palabras o más. Claro que algunas veces el valor es agregado, como en el caso de Capa -si es cierto que se trató de un montaje-, o es un valor rechazado por quien lo genera, tal como ocurrió con Adams y su foto de Vietnam, o directamente excede cualquier intento de valoración porque no existen palabras para explicarlas o igualarlas, como la toma que hizo Carter en Sudán.
Tres instantes de la muerte, uno quizás falso, otro sobrevolando aunque todavía latente; sólo una cierta y sin embargo contó lo que el fotógrafo no pretendía contar.
Guillermo Paniaga
1 Robert Capa, Budapest, Hungría, 22 de octubre de 1913 -Thai Binh Vietnam, 25 de mayo de 1954. Posiblemente, el más famoso corresponsal gráfico de guerra del siglo XX. Su verdadero nombre era Ernö o Ernest Andrei Friedman (fuente: Wikipedia).
2 Eddie Adams (12 de junio de 1933 – 19 de septiembre de 2004) fue un fotógrafo norteamericano famoso por sus retratos a celebridades y por haber cubierto como fotoperiodista 13 guerras. (fuente: Wikipedia).
3 Fuente: http://www.xatakafoto.com/2008/02/14-eddie-adams-en-vietnam-ano-1968
4 Kevin Carter (13 de septiembre de 1960, Johannesburgo, Sudáfrica - † 27 de julio de 1994, Johannesburgo) fue reportero gráfico ganador de un premio Pulitzer en 1994. (fuente: Wikipedia)
5 Para poder hacer ese trabajo es necesario blindarse, armarse de una coraza emocional. No se puede responder a lo que uno ve como un ser humano normal. La cámara funciona como una barrera que lo protege a uno del miedo y del horror, e incluso de la compasión. Carter y sus tres camaradas dormían poco, además, y consumían drogas de todo tipo. Pasaban sus días y sus noches en un acelere mental y en un estado de anestesia emocional casi permanentes. Si se hubiesen detenido un instante a reflexionar sobre lo que hacían, si hubiesen permitido que los sentimientos penetraran la epidermis, habrían sido incapaces de hacer su trabajo. El entorno era alocado, pero el trabajo era importante. Si se hubieran quedado en sus casas o se hubieran expuesto a menos peligro, habría habido más muertos, menos presión política para acabar con la violencia. Ésta era la contribución de Carter a la causa de sus compatriotas negros. John Carlin, el pais.com http://www.elpais.com/articulo/paginas/fotografia/pesadilla/elppor/20070318elpepspag_10/Tes)