Cualquier día de la semana, 6 de la mañana. El locutor se sienta a la mesa del estudio; cuando el operador le da la señal, comienza con la lectura de tapa de los diarios.
Ese mismo día, un poco más tarde. En la agencia de noticias X un redactor enciende la radio; entrevistan al diputado H: da su versión de los hechos que a seis columnas anuncian las portadas de los matutinos. El periodista de la agencia redacta y emite un despacho.
Tres de la tarde de ese mismo día. Un editor del diario C levanta el despacho de la agencia. Más tarde, en ausencia de algo mejor, las palabras del diputado H ocuparán un lugar en la tapa de la edición que se prepara para el día siguiente.
Día siguiente, seis de la mañana. El locutor se sienta a la mesa del estudio, saluda al operador y, cuando éste se lo indica, comienza con la lectura de titulares.
Es temprano, recién me levanto. Oigo las noticias como voces de un sueño que perdura y me parecen gastadas, como un chicle ya sin menta. Por un momento sospecho que estoy en el mismo día, como Bill Murray en el día de la marmota. Apago la radio con un poco de bronca y me voy a trabajar pensando que no han pasado tantas cosas por las tapas, por las radios, por la vida, desde la primera vez que me puse a "escuchar " un noticiero radial. Es falso, yo sé que esto que digo es falso, pero es lo que siento… y la culpa no es del locutor.